Cuando la adicción azota: Fuerza en medio del huracán
- Aser Ones, LCSW
- 26 mar
- 3 Min. de lectura

Por: Aser Ones.
No es miedo lo que siento en el momento que la adicción golpea mi casa como si fuera un huracán, afectando mi familia y mi paz—más bien es un dolor que quema, un nudo que se tensa en mi pecho hasta doler. Una tarde, mientras el sol aún estaba afuera, mi teléfono sonó con la voz temblorosa de mi hijo: "Volví a recaer, papá, necesito ayuda—ya estoy sintiendo el bajón otra vez, ¡apúrate!" Su mente estaba tan nublada que no podía decirme dónde estaba.
Entre mi desesperado esfuerzo por encontrarlo, finalmente logró enviarme su ubicación por texto. Llegué y lo vi—bañado en sudor, vomitando en una esquina, sin color en su rostro, como si la vida se le escapara por los poros. Yo, no sabía bien lo qué hacer. Podía haber llamado al 911, esperar una ambulancia, pero mi instinto me susurró una sola cosa: llevarlo de emergencia al hospital más cercano. De ese susurro me agarré—un paso riesgoso, sí, pero sin pensarlo más, lo subí al carro y arranqué.
Sus gritos retumbaban en el espacio cerrado—desgarradores, como si algo dentro de él se quemara. Estiraba su cuerpo, pateando las puertas, perdido en espasmos que no podía controlar. Por segundos se calmaba, su voz temblaba con un ‘perdón, papá,’ y luego volvía a ser un extraño, un monstruo irreconocible queriendo arrojarse del carro a toda velocidad en la autopista. Una mano firme en mi volante y la otra en su pecho para evitar que se lanzara del auto—actué, mi mente clara en la crisis, pero por dentro todo temblaba.
El miedo no me agarró ahí; llegó después, frío y pesado, cuando el silencio volvió y las dudas me aplastaron como piedras. Si de alguna forma te identificas con este escenario, es probable que también guardes cicatrices de heridas profundas por la adicción de un ser querido—haces lo que tienes que hacer, pero no sales ileso.
Encontrar el valor y las fuerzas para hacer lo que tienes que hacer no depende de dejar de sentir dolor o miedo—es apretar los dientes y avanzar aunque el dolor te queme el alma, y luego pararte firme como un soldado cuando el miedo te envuelva como niebla. Como terapeuta y como padre, he aprendido a caminar en las tinieblas de la incertidumbre.
En el momento, encuentro qué hacer: mantener la calma cuando me falta el aire, buscar ayuda aunque las piernas pesen, o decir una palabra dura que cae como plomo, pero abre un camino. Pero no te engañes—el dolor no se va, y el miedo que llega después a mí no se desaparece con una varita mágica.
He visto a familias en circunstancias similares—con las manos sudorosas, miradas perdidas y el corazón acelerado, sintiéndose indefensos ante estas situaciones. También he visto familias entrando a grupos de apoyo por primera vez, dejando caer sus lágrimas al decir un ‘no’ a quien más quieren. Eso requiere fuerzas: no hay belleza en estas acciones, pero existe una fortaleza real.
Mi historia no es un cuento con un final feliz—atendieron a mi hijo en el hospital esa tarde, pero fue solo un capítulo más en una historia que aún no termina, un camino lleno de curvas inciertas y peligrosas.
No estoy aquí porque sea inmune al dolor o indiferente al paralizante frío que provoca el miedo—estoy aquí porque no estoy solo. Mi fe, mi familia y la ayuda profesional me ayudan a seguir firme como un soldado al centro de una batalla.
Si sientes ese nudo que te aprieta en el pecho mientras lees, o el peso de la incertidumbre cuando todo está en calma, no estás solo tampoco. La fuerza está en saber levantarse, tener dónde apoyarte, aunque el suelo tiemble. Hablemos si quieres—juntos podemos encontrar cómo seguir siendo fuertes.
Aser Ones, LCSW
561-421-4132
Gracias por compartir , todos tenemos algo en nuestras propias vidas por la que tenemos que luchar , algunas veces sin fuerzas esperando un milagro aveces sin poder pensar claramente en medio del dolor físico o emocional tenemos que tener fe y agarrarnos lo más que podamos el fin de el mal tiempo está cerca intento pensar en la esperanza y en otro comienzo más reconfortante mientras esté en mi mano llevarlo a cabo para bien, tenga fe.